La tierra del espíritu y las artes sigue sin despegar

Notas al margen

El logo de la Junta de Andalucía superpuesta en un gráfico.
El logo de la Junta de Andalucía superpuesta en un gráfico.

Andalucía puede imputarle a las comunidades más ricas su último lugar en la tabla del bienestar social y económico. Pero si lleva toda la vida entre los territorios con más paro y menor renta de Europa, no se debe ni a los privilegios de otros, ni al reparto de los fondos de cohesión, ni a la España de Franco, ni al modelo de financiación autonómica. A fuerza de ser sinceros, a la tierra del espíritu y de las artes por excelencia le falta más cultura del emprendimiento para despegar. Así lo demuestran todos los indicadores para mayor desazón de unos gobernantes, que se limitan a desacreditarse desde la impotencia, en lugar de afrontar la realidad. Basta con sumar la cantidad de fondos para incentivar proyectos industriales que se han devuelto en Andalucía o que se han perdido por el camino, para concluir que nos falta inversión privada y nos sobran mangantes vitaminados y vendedores de humo. La experiencia nos dice que acometer un negocio, sobre todo si encierra cierto riesgo, no se nos da tan bien como nos gustaría, por más ayudas que caigan del cielo. Y nada cambiará a corto plazo si Andalucía no termina de creer en sí misma para romper con esa maldición bíblica que parece condenarla a la irrelevancia, teniéndolo todo. Algo falla cuando la Administración ha ofrecido millones de euros para incentivar el empleo y reforzar el tejido industrial, y en lugar de crecer y avanzar, nos han adelantado hasta Extremadura y Canarias.

Andalucía nunca ha logrado competir en la sociedad industrial desde principios del siglo XX, por mucho que Blas Infante le animara a levantarse. Frente a la eficiencia del norte, siempre con gesto serio, esta tierra alimenta, con su gracia natural, una singular filosofía para vivir de lujo con lo básico, signifique esto lo que signifique. Lo que otras regiones no pueden negarnos es que seguimos a la cabeza en población, chiringuitos, paguitas y asesores de confianza. Pero a la hora de generar actividad económica, el conformismo ha sido tan colosal, que las cifras no engañan. La inversión privada es muy inferior a la media y el tamaño de las empresas andaluzas también. Un mayor esfuerzo tecnológico mejoraría el nivel de riqueza por habitante. Y aunque en este terreno destaca el sector público, el gasto privado en investigación y desarrollo sigue lejos de las comunidades más avanzadas. La baja cualificación de los andaluces en edad de trabajar, acompañada de una tasa de abandono escolar inaceptable, tampoco nos ayudan a mejorar la calidad de vida. La buena noticia es que la era digital nos permite dar un salto de calidad al futuro. Pero la sociedad del conocimiento tiene que orientar la formación de sus jóvenes hacia los nuevos nichos de empleo. Confiemos en que esta vez no le pille a Andalucía sentada, porque cuanto más competitiva sea, antes dejará de conformarse con el puchero de la humildad y una puesta de sol imbatible.

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