Prueba opinión RC categoría secundaria
Ventajas de viajar en metro
Baja temeraria
Le he cogido prestado parte del título a Antonio Orejudo y su inquietante novela Ventajas de viajar en tren porque sigue siendo una historia brutal y porque al asunto que me ocupa le va como un guante, de los buenos. Me gusta ir en Metro –si no es a hora punta y he de hacer equilibrios para llegar a la barra de apoyo o para respirar entre cogote y cogote– y sobre todo me gusta leer en el Metro mientras pongo la oreja. La niña que fui tardaba en ir al colegio más de una hora, así que el Metro fue mi sala de lectura. Ahora, desde hace unos años –tarde para lo que la ciudad merece– vuelvo a usar el Metro y vuelvo a leer libros y alguna vez, como el 90% del personal, mensajes y artículos en el móvil. Y sigo siendo capaz de concentrarme y al mismo tiempo fisgonear conversaciones ajenas. No hay mejor espectáculo que suponer relaciones, ocupaciones, biografías de extraños mientras disimulas, miras al techo y procuras que no se te pase la estación. Esta semana gracias a una estupenda novela he podido combinar los dos vicios y caer en la politoxicomanía sin más efectos secundarios que el puro placer. Próxima estación (editorial Loto Azul) es la ópera prima de un joven periodista, Gonzalo Barroso, que, sin ninguna duda debe viajar en metro y, como yo, mirar bien y escuchar mejor. En una línea madrileña, que atraviesa fronteras físicas y sociales, se cruzan cuatro vidas que podríamos reconocer también aquí. Desde Ciudad Expo en Mairena al campus de la Olavide, los raíles de, por el momento, única línea de metro, atraviesan una Sevilla que son muchas Sevillas. Y dentro del vagón un universo que no cabe ni en la Vía Láctea. Como en Próxima estación. Les cuento: Mario es un joven que se cuenta la vida a golpe de rock mientras la vida le canta otra copla. Martina es una ex deportista lesionada, y no sólo en su cuerpo, que sigue compitiendo por sobrevivir sin más ayuda que su fuerza y tal vez el amor. Ángel es un viejo luchador –le pongo la cara de Eduardo Saborido– que ha resistido todas las batallas y que también se resiste a ser pasado. Y Lola es una lectora compulsiva que vive con un corazón trasplantado y no teme tanto que el órgano le falle como fallarle ella y no ser merecedora de regalo tan vital. La rutina los lleva a encontrarse a la misma hora, en los mismos días. Pero ya sabemos que la vida es aquello que sucede mientras hacemos planes, para alegría de la literatura que vive tan ricamente los cambios de guion. No les adelanto más, que en mi casa tengo fama de hacer spoiler y luego me critican, pero les invito a un juego: además de leerlo, imiten al autor y miren a su alrededor mientras van en el metro o en el bus. Y escuchen. Imaginen cuántas historias más el día que tengamos tres líneas. A los esforzados socios de Sevilla Quiere Metro no habrá quien los baje. Y harán bien.
También te puede interesar